viernes, 22 de enero de 2010

CONCEPCIÓN DE LA MUERTE

ALUMNA: YAEL CABEZA

C.I: 18.100.162

CONCEPCIÓN DE LA MUERTE EN LA CULTURA PREHISPÁNICA DEL ORINOCO, EL CRISTIANISMO Y LA CULTURA ROMANA.

La muerte puede ser considerada como el fin de la existencia o la transición a otro estado del ser o de la conciencia, Los miedos, las esperanzas y las orientaciones que la gente mantiene respecto a la muerte no son actitudes instintivas sino aprendidas en el seno de su cultura. Cada cultura tiene una visión coherente que trata de explicar y dar significado al caos que, en último término, representa la muerte.

El indígena del Orinoco aparte de que conseguía la muerte en enfrentamientos o por enfermedades, por lo general pensaba que ésta era causada o provocada por elementos externos, fuerzas sobrenaturales que actuaban sobre ellos y los mataban. Muy pocas veces pensaban que la muerte ocurría por causas naturales, decían que la muerte estaba influenciada por elementos sagrados, que tenían el poder para hacer el bien y el mal, logrando causar temor y expectativas dentro de las comunidades. Cuando se habla de elementos sagrados se refiere a ciertas personalidades y objetos materiales a los que les guardaban respeto y en las que tenían una creencia podría decirse que mágico-religiosa.

Para el cristianismo, la muerte es un fenómeno de la vida humana: es una ruptura no sólo de la vida, sino también de los lazos interpersonales forjados a lo largo de la existencia, y de la actividad por la cual cada hombre produce una obra siempre inacabada y siempre perfectible. El hombre es intrínsecamente mortal. La muerte para el cristianismo es entonces la suerte inevitable de todo hombre.

En el cristianismo la muerte no es algo negativo ya que se supone que el hombre al morir va a adquirir la dicha eterna, siempre y cuando crea en Jesucristo y por el amor que le tengan serán redimidos de sus pecados por la Gracia Divina y serán salvos.

La mitología romana, se basa en creencias, rituales y otras prácticas concernientes al ámbito sobrenatural que sostenía o realizaba el antiguo pueblo romano desde el periodo legendario hasta que el cristianismo absorbió definitivamente las religiones del Imperio romano a principios de la edad media.

La concepción de la muerte en la cultura indígena prehispánica del Orinoco se basaba en un sistema dualista y antropomorfo de creencias (en este sistema los indígenas basaban todas sus ideas).

El Dualismo: es la “…tendencia del hombre a dotar de una existencia propia a la forma del cuerpo, aislada de éste, y a la vida y el pensamiento, separados del organismo”.[1]

El Antropismo: es la tendencia del hombre a juzgar todo acto externo a él por los suyos propios y a explicar todo fenómeno mediante un juego de facultades análogas a las suyas. Las creencias de los indígenas con respecto a la muerte derivadas de este sistema de creencias eran:

La inmortalidad del alma: creían en la inmortalidad del alma, pero la concepción de alma que tenían es distinta a la cristina. El alma humana no es puramente espiritual sino un doble invisible o una sombra que acompaña al cuerpo físico durante toda la vida del hombre. El alma es el cuerpo invisible que carga la energía vital del individuo, y posee una vida propia y eterna al igual que todos los espíritus de la naturaleza. Cuando el hombre muere el alma recobra su independencia con respecto al cadáver. Por eso cuando algún hombre se enfermaba se llamaba a un piache para que, mediante sus ritos, buscara el alma extraviada. Si el chaman no encontraba el alma rápido el hombre, privado de su energía vital, moría.

Consideraban la muerte como la prolongación de la vida terrenal, pero no ya como hombre tangible sino como sombra, por eso colocaban comida, armas, alhajas, etc. en la tumba, para que la sombra tuviese como sustentarse. Un ejemplo lo tenemos en los Palenques, de los que el cronista Rivero nos dice que confesaban la inmortalidad del alma, y creían que separadas del cuerpo iban a otros lugares muy distintos donde habían de permanecer eternamente en compañía de sus difuntos parientes que los esperaban para gozar allí de sus placeres y delicias. Pero no todas las culturas del Orinoco coincidían en el sitio al que iban las almas, unos creían que iban a algún lugar extraterrenal subterráneo, o subacuático y también que podían permanecer en las cercanías de la habitación del difunto, en la misma tumba.

No creían en la eternidad del cuerpo ni en la resurrección de carne: sobre esto nos comenta Gumilla, quien cuenta como se sorprendían los indígenas cuando los misioneros les contaban de la resurrección de la carne y que lo consideraban como “cosa maravillosa”.

No creían en el purgatorio ni en el infierno: porque no tenían ideas religiosas sino antropomorfas. “creen en la inmortalidad de las almas, pero cuando alguno muere, no se entiende su capacidad de pensar que hay cielo, o cosa equivalente a el, ni infierno, ni purgatorio a donde puedan ir después de esta vida, solo piensan que el que muere se queda allí cerca de sus ranchos. Por lo que luego que espira alguno, su principal cuidado es no privar a la pobre alma de su alivio en el estado de la separación. Y a este título hacen una sepultura grande en la cocina del muerto”[2] En otras palabras, La doctrina del galardón o el castigo después de la muerte no existía.

El concepto de muerte natural no existe. ¿Por qué? Porque la muerte era la ausencia del doble o alma y esta se iba cuando algún piache o espíritu malo[3] la raptaba, nunca se iba por causas naturales; por eso era común que tomaran algunas cosas del difunto (llamado sucio en algunas tribus o pueblos; Ej. Raspaban los talones) y se las llevaran a un piache para que descubriera el causante de la muerte del difunto para vengarse. (De allí nace la fama vengativa de los indígenas).

Tenían cierta creencia en la reencarnación (no resurrección) pues bebían las cenizas del difunto con la esperanza de adquirir sus cualidades.

Costumbres y ritos alrededor de la muerte

Los ritos varían en cada tribu, “es uso casi universal entre aquellas naciones del Orinoco y sus vertientes a enterrar con el difunto sus armas y alhajas, o quemarlos. Y también es casi universal entre dichas gentes el ir, luego que la viuda o viudas han enterrado a su marido, a arrancar de raíz las sementeras que sembró el difunto, la yuca, el maíz, piñas, etc. (Gumilla)

Todos los indígenas del Orinoco tenían la costumbre de realizar una “bebezón” de chicha, bebida fermentada durante el velorio de algún difunto, pero ¿Por qué tomaban bebidas fermentadas? Quizá porque en la otra vida el difunto gozaba de los mismos placeres que en este mundo o porque, como le dijeron los Maipures a Gilij, eran aptas para alegrar y poner contenta a la gente.

Cuando moría una persona era común abandonar la casa y el conuco para despistar al espíritu del muerto y huir del alma-sombra del difunto que seguía merodeando en torno al poblado para buscar y llevarse a los miembros de su parentela y mudar la unidad residencial terrestre a la invisible, provocando la muerte de toda la gente.

El chinchorro en que moría un indígena le servía de caja y mortaja. Gilij dice en El Orinoco ilustrado “con las cuerdas que penden de ambos lados atan apretadamente al muerto para sepultarlo en ella. Hechas así dentro de sus chozas una fosa, lo meten dentro, encogido, con su ajuar y con la tierra que han sacado, que apisonan fuertemente para que entre toda. Este es el modo más común de enterrar a los muertos entre los orinoquenses”. Esta costumbre tiene que ver con la idea de que el alma necesita en la otra vida el chinchorro para descansar.

El nombre del difunto era tabú (lo que contribuía a que se perdiera rápido la memoria de los antepasados). Según Gilij los Tamanacos (especialmente) temían ver a los muertos en sueños. Cuando les preguntaban el nombre del difunto contestaban: Vegetcanénu, esto es “temo verlo en sueños”

Acostumbraban alabar al difunto por sus cualidades.

Acostumbraban “desamparar” al enfermo, los cronistas cuentan cómo era de contradictoria la indiferencia con la que veían a sus enfermos y el más sincero llanto apenas fallecían; también mencionan que el único que se encargaba del enfermo era el piache y que el indígena aguardaba la muerte con toda la paciencia del mundo. ¿a qué se debía todo esto? Los indios no se preocupaban por la muerte que se les avecinaba porque no tenían concepto de la eternidad del cuerpo y al enfermo lo atendía el piache porque era el único que podía buscar el alma y convencerla de que volviera al cuerpo para que este recuperara la fuerza.

La forma en que las tribus indígenas veían la muerte era muy diversa, había diferentes formas de realizar los rituales mortuorios, para cada comunidad había una significación y un manejo de los materiales distinto, y así ocurre con el duelo, con la forma de guardar respeto a la memoria del difunto. Una de las cosas en las que había una generalidad en el Orinoco era que muchas de sus comunidades indígenas guardaba un año como periodo de limitaciones en cuanto a lujos de joyas, colores y vestuarios, pero cada uno a su manera.

“…Los Tamanacos en tiempo de luto dejan totalmente el anoto y cualquier otro adorno de la persona. Se cortan los largos cabellos y no toman de nuevo su aire alegre, los colores y sus usados adornos, sino después que les han vuelto a crecer los cabellos y han vuelto a su primer estado…” 6

Estos actos reflejan un respeto y una honra a la memoria del difunto, la cual expresan de esa manera, pero en otras culturas pasa totalmente lo contrario, llevan a cabo el luto de otra manera, lo cual nos evidencia la diversidad, pero a la vez nos hace percibir que fuese cual fuese la manera, le rendían culto al recuerdo de los difuntos.

“Los Maipures por el contrario, como gente de cabeza ordinariamente con el pelo cortado, dejan crecer sus cabellos en señal de luto, dejando también, como sus mujeres no menos los colores que todo aquello que a su parecer desdice de la ocasión. Cuando les vuelven a crecer a los tamanacos los cabellos, sin nueva ceremonia dan por terminado el luto.”7

Se percibe en los rituales mortuorios y en el luto de los orinoquenses una especie de mezcla de factores que unen lo alimenticio, lo material, lo natural, lo decorativo para de alguna manera hacer sentir su dolor por la pérdida de un pariente, y el mejor ejemplo de esto es la forma de duelo de los indios caribes, los cuales se limitaban y restringían de alimentos para dárselos a los familiares del difunto en señal de ayuda, pero esto más que estar relacionado con el duelo se refiere al antecedente de la muerte, ya que éstos al ver que el curandero desahuciaba al enfermo se empezaban a preparar para colaborar con sus parientes. 8

El duelo o luto en muchas tribus culminaba con una gran comida, bebidas y una especie de celebración, la cual indicaba el continuar con la vida normal cotidiana.

Si observamos en el cristianismo a diferencia de la cultura indígena aquí la muerte no tiene connotación negativa ya que se supone que el hombre al morir va a adquirir la dicha eterna, siempre y cuando crea en Jesucristo y por el amor que le tengan serán redimidos de sus pecados por la Gracia Divina y serán salvos.

Los cristianos creen en la resurrección ante todo. Dicen que llevan en su cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero que su alma ya está en la eternidad y al final de ésta, porque su cuerpo de pecado resucitará para la eternidad.

Esto lo podemos observar en una cita de San Pablo (Rom.8:11) por la cual muchos cristianos se guían, allí se expresa lo siguiente:

"Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes".

El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Imaginan lo que les espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable.

Por desgracia todos somos carnales y terrenales, por ello nos aferramos a esta vida, después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.

A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.

En la liturgia de los difuntos, se ofrece a Dios sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, han ofendido a Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la bienaventuranza para ellos y repiten una y otra vez la oración que dice: "Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.

Muchos ni piensan en la otra vida, ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en el tiempo, como si fuéramos inmortales. Hablar de Cielo o de Infierno hasta puede parecer ridículo. Y sin embargo para ellos es, una cosa u otra, su destino inevitable.

La cultura Romana siempre se ha dicho que es una imitación Griega. Sin embargo, La mitología romana, se basa en creencias, rituales y otras prácticas concernientes al ámbito sobrenatural que sostenía o realizaba el antiguo pueblo romano desde el periodo legendario hasta que el cristianismo absorbió definitivamente las religiones del Imperio romano a principios de la edad media.

Las religiones primitivas romanas se modificaron tanto por la incorporación de nuevas creencias en épocas posteriores, como por la asimilación de gran parte de la mitología griega. Así pues, la religión romana se consolidó antes de que comenzase la tradición literaria, por lo tanto, los primeros escritores romanos que se ocuparon de ella desconocían sus orígenes en la mayor parte de los casos, tal como el polígrafo del siglo I a.C. Marco Terencio Varrón.

En cuanto a los misterios, son ritos y ceremonias secretos conectados con varios cultos religiosos en la antigua Grecia y Roma. Practicaban estos ritos y ceremonias congregaciones de hombres y mujeres que habían sido debidamente iniciados; no se les permitía participar a personas ajenas a esa iniciación. Los rituales sagrados introducían a los iniciados en doctrinas religiosas secretas, que en muchos casos estaban relacionadas con la continuación de la vida después de la muerte. A menudo se representaban mediante una forma dramática el nacimiento, sufrimiento, muerte y resurrección de un dios. Los misterios parecen haber tenido un doble propósito: dar consolación e instrucción moral para la vida en la tierra, e inspirar esperanza en la vida después de la muerte.

En lo referido al Elíseo, también conocido como Campos Elíseos, en la mitología griega, es un paraíso prehelénico, una tierra de paz y felicidad plenas. En las obras de Homero, Elíseo era una tierra en el extremo más lejano y occidental del mundo adonde eran llevados los grandes héroes, en cuerpo y alma, para hacerlos inmortales. Allí eran libres de proseguir con sus actividades favoritas y las penas y las enfermedades eran desconocidas. Pronto, sin embargo, Elíseo fue considerado como la residencia de los muertos bienaventurados, donde las almas de los héroes, poetas y sacerdotes vivían en total felicidad, rodeados de hierba, árboles y suaves brisas, y envueltos en una luz rosada perpetua.

En la mitología romana, Elíseo era una parte del mundo subterráneo y un lugar de recompensa para los muertos virtuosos. Para algunos era sólo un paraíso temporal. En el borde de su mullido y verde prado corría Lete (río del Olvido, del cual tenían que beber todas las almas que retornaban a la vida en el mundo superior).

En las sociedades más simples, el concepto de vida después de la muerte suponía una continuación oscura de la vida terrenal. Incluso dentro de esta idea se manifestaba el principio de la necesidad de una justificación de la justicia divina. Este principio queda ilustrado en la distinción entre Elíseo (lugar de recompensa para los muertos virtuosos) y Tártaro (sitio de condena donde eran castigados los malvados) que se hizo en las religiones griega y romana y en las distintas profundidades del sheol (residencia de la muerte) en los Libros Sagrados judíos

Aristóteles declaró que todas las religiones (politeístas) situaron la residencia de los dioses en el lugar más elevado del Universo. En los tiempos clásicos, esas regiones estaban vedadas a los mortales normales; la Isla de los Justos, a veces identificada con el Elíseo, sólo era alcanzada por algunos héroes, semidioses y favoritos de los dioses. El cielo de las religiones politeístas posteriores era concebido como un lugar donde los mortales podían continuar los placeres de la vida terrenal.

¿Qué nos depara la vida?, ¿Llega un punto en que todo se acaba?, ¿Sólo somos un sistema de huesos y tendones que se mueven a través de impulsos nerviosos?, ¿ Tenemos alma?, Y si la tenemos, ¿ dónde va a parar después de la muerte?, ¿Qué hay más allá de la muerte?, ¿Regresaremos algún día?, ¿Hemos vivido otras existencias anteriores?, ¿Qué argumentos y testimonios avalan la creencia en la reencarnación?.

Tras el desenlace vital de la muerte, se abre ante nuestra expectativa la imponente interrogación de qué será de nosotros y de nuestra consciencia. ¿Desaparecerá nuestro "yo" diluido entre los restos orgánicos de nuestro cadáver?

Las diferentes culturas pueden aceptar la muerte, negarla e incluso desafiarla. En la cultura occidental, que tiende a desafiar a la muerte, las estrategias para la salvación han incluido el activismo y el ascetismo. En la cultura oriental las estrategias han sido, preferentemente, contemplativas y místicas.

Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos.

Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.

La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadáver.

BIBLIOGRAFÍA

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