sábado, 23 de enero de 2010

METEMPSICOSIS, REENCARNACIÓN Y TRANSMIGRACIÓN EN LAS RELIGIONES COMPARADAS

Ante las inquietudes del hombre sobre su existencia, su porvenir, su mundo, su accionar en él, lo que esta mas allá de ello -es decir, su destino final- y la inevitable muerte, las Religiones cobran vida y sugieren diversas respuestas. La Ciencia no tiene competencias en este ámbito. El hombre aspira a la trascendencia pero su vida tiene límites materiales, la muerte se le presenta como algo definitivo. No obstante, tiene curiosidad sobre la posibilidad de una realidad además de la terrenal. Frente a esta cuestión, el misterio del más allá, toda religión propone a sus seguidores un medio (distinto) -y la oportunidad- para vencer la muerte. Con esta actitud se desarrolla la idea (expresada en múltiples formas según los pueblos) de que la naturaleza terrenal no es la única realidad, hay otros planos, que se vinculan a aquel en una conexión sobrenatural.

Podemos afirmar en este sentido que un punto esencial en las religiones es la afirmación de que hay una esencia, principio o “algo” en lo humano que nos liga a una dimensión superior. Es este elemento sobrenatural (invisible, incorpóreo, sutil, inteligente, etc.) en unidad al componente natural (biológico) lo que le confiere integridad al ser.

A través de este principio denominado diversamente[1] -e imposible de conocer a exactitud-, se avala la creencia religiosa de que el hombre es inmortal y que la manifestación de esta condición depende de sus acciones (buenas o malas, positivas o negativas), pues el comportamiento en el mundo contrae implicaciones en el destino post-mortem (escatológico). Las religiones en su mayoría (exceptuando judaísmo y budismo) asumen ese “algo” como participante -contribuyente- de los dotes y facultades del individuo (voluntad realizadora, inteligencia creadora y libertad), como sustancial y real, pero varían en su caracterización, por ejemplo: los hinduistas lo definen como eterno, emanación e idéntico del “Absoluto” (principio supremo o esencia universal del todo), mientras que los cristianos ven al alma como creación de la divinidad y concedida al hombre en un estado determinado de evolución, siendo así que existen tantas almas como hombres, diferentes entre si y reflejo de su creador.

De igual manera, originándose y perteneciendo ese “algo” a un plano metafísico, las religiones defienden y procuran su liberación equivalente a la salvación del hombre, el triunfo sobre la muerte y el encuentro con el destino. “El alma puede, pues, perderse o salvarse, o dicho de otra forma, el individuo puede perder o salvar su alma”[2], alcanzando liberación y plenitud. Liberación, en la medida en que todos los creyentes esperan la salvación como el alivio de todos sus males físicos, materiales o espirituales. Plenitud, porque la salvación se concibe, para unos, como la concesión del bien supremo que es la vida eterna, y para otros como el fin de las sucesivas reencarnaciones. Estos temas relacionados con la salvación reciben el nombre de “escatológicos”, ya que hacen referencia a los fines últimos del hombre y del mundo.

Así que, entre las diferentes religiones existen diversas vías -difíciles todas- para alcanzar la salvación, vías de la liberación del alma, matizadas por la cultura y la conciencia sobre la relación humana con el universo o la deidad, las cuales contribuyen a la esperanza de un futuro de bienestar (aunque sea extraterrenal, lo cual contribuye a sobrellevar las vicisitudes y sufrimientos de la vida). Estas bien se pueden identificar en dos vertientes, en unas puede darse la creencia en la reencarnación y en otros la idea de la vida eterna. Examinaremos aquí lo referente a la creencia primera y su implementación en algunas de las principales religiones del mundo[3].

LA IDEA DE LA REENCARNACIÓN Y CONCEPTOS AFINES:

Al definir la Reencarnación vemos que la palabra proviene del latín, siendo compuesta por cinco elementos: RE (Volver) – EN (Entrar) – CAR (Carne) – NA (Causa, Volverse) – CION (Proceso), por lo cual significa literalmente el “proceso de volver a entrar en la carne de nuevo”, o de volver a encarnar (tomar carne, representar un cuerpo). Este término se identifica usualmente como idéntico o sinónimo de Metempsicosis (o Metempsícosis), otro término proveniente del latín “metempsychōsis” (y éste del griego μετεμψύχωσις) que por su etimología (meta = sucesivo, después, mas allá / psique = espíritu, alma, conciencia) significa “transito o traslado del alma al mas allá, en lo sucesivo”[4].

En general ambos términos plantean la creencia consistente en que una esencia individual de las personas (mente, alma, conciencia, energía) puede hacerse de un cuerpo material en la Tierra no sólo una vez sino varias, expresando cierta convicción de independencia de ese principio vital frente a la materia biológica, al cuerpo humano. La acepción de esta término en algunas religiones, va generalmente justificada en la idea de que ese “algo” que viaja, transita o aparece (transmigra) por distintos cuerpos físicos, lo hace a fin de aprender en diversas vidas las lecciones que proporciona la experiencia y vivencia material en la tierra, hasta alcanzar una forma de liberación o de unión con un estado de conciencia superior o mas complejo. Además, lo identifica como sujeto responsable de la vida moral, por lo que esta idea suele asumir sentido de retribución o de proceso purificador del alma.

A menudo se utiliza junto a la palabra Reencarnación el término Transmigración, el cual proviene del latín: TRANS (a través) - MIGRA (ir o moverse) – CION (Proceso), quedando definido como el “proceso de volverse” de “moverse a través, de uno al otro”. Con esto se expresa el paso de la sustancia vital, de la esencia, de ese “algo”, de un plano a otro (del físico al celeste, por ejemplo). En otras palabras, es el transito a otra forma de ser. De ahí que estos dos conceptos (Transmigrar y Reencarnar) guarden estrecha vinculación y en algún momento se tomen indistintamente.

Localizar los orígenes de este asunto nos lleva a las sociedades primitivas, donde el pensamiento de los grupos tribales asimilaba los ciclos de la naturaleza (en los astros celestes[5]) con la constitución humana, permitiendo hacer una relación simple sobre el retorno de las almas[6]. Con la aparición de las primeras comunidades agrarias, la constatación de esos ciclos precisos en los campos, la flora, la lluvia y las estaciones, dio continuidad a la idea de que el hombre moría pero regresaba de nuevo en otro cuerpo. Suponían que el ser humano está habitado por un principio vital (como una chispa) que era separada del cuerpo con la muerte (y también en el sueño), saliendo por la boca o por la nariz[7]. Al observar la descomposición del cuerpo tras la muerte física, pensaron que el alma busca un nuevo cuerpo donde vivir, y si fuera necesario entrará en el cuerpo de un animal o de alguna otra forma de vida inferior. Grupos poco más estructurados creían que la reencarnación se lograba por la transmigración del alma de una persona muerta al cuerpo de un niño de la misma familia, y la posterior animación del niño. Los parecidos familiares se establecerían gracias a este proceso[8].

Este pensamiento “natural” fue extendiéndose en el decurso histórico y legado a la tradición de las civilizaciones antiguas de Oriente (Egipto, India y Persia) en forma de tal que estas desarrollaron una cosmovisión cíclica, la cual adoptó la ideas de Reencarnación y Transmigración, siendo a partir del siglo VII a.C. formalizada en diversas escuelas religiosas: el Hinduismo (India), el Hermetismo (Egipto), Zoroastrismo, Mazdeísmo y Mitraismo en el Irán Antiguo (Persia), entre otras. Durante la antigüedad grecorromana, estos conceptos pasaron al Mediterraneo y se incorporaron a las doctrinas de ciertos cultos como el Orfismo, el Pitagorismo (en la Grecia Clásica), el Maniqueísmo, el Neoplatonismo, los Esenios, el grupo de la Kabbalah y el de los Cristianos Gnósticos (en Palestina luego de la muerte de Jesús en el año 33). Sin embargo, pese a su rápida extensión en Asia del Este (de la mano del Budismo desde el siglo V a.C.), en el resto del mundo no se hizo una doctrina popular frente a las religiones abrahamicas -Judaísmo, Islamismo y Cristianismo- que contaron con mayoría de fieles[9]. Su propagación por Occidente, además del caso griego no fue considerable hasta la llegada del siglo XVIII. Ya en el siglo XIX muchos grupos atraídos por los preceptos evocados en textos ocultistas, instituyendo sectas religiosas como la Fraternidad de los Rosacruces, la Sociedad Teosófica (1875), las Sociedades Espiritistas (1858) y la Orden Hermética del Golden Dawn (1889), entre otras[10]. Estas incorporaron el principio de la reencarnación, dándole un sentido más racional e ilustrado, aunado a la idea moderna de evolución y equilibrio universal. En el siglo XX y la actualidad, Asia sigue contando con el mayor número de seguidores de la reencarnación o la doctrina de la transmigración de las almas, concentrándose estos en India, China, Mongolia y Japón principalmente, así como en el Sudeste Asiático, Nepal y el Tíbet[11]. En ese siglo se dio la aparición del Movimiento New Age (de la Nueva Era) en occidente, que tolera y acepta la reencarnación de forma mas ligera, en orden con su objetivo común: la transformación de los individuos y de la sociedad a través del conocimiento espiritual, preconizando una visión utópica del Universo y el advenimiento de una época de armonía y progreso.

En África, ciertas etnias (como los “ashanti” de Ghana y los “kikuyo” de Kenia) la “sangre” vuelve a nacer por vía de la madre, mas la línea paterna evoca el culto ancestral y la unión con la divinidad. Esto es la distinción de dos “esencias o almas”, una individual y otra gregaria, relacionada con el colectivo, la primera de ellas alcanzaría el plano ancestral mientras que la segunda retorna a la comunidad en otro cuerpo[12].

Hablar de Reencarnación es de hablar de preexistencia de las almas, dar un nuevo enfoque del mal y de la esperanza, inclusive de Dios y su visión en los diferentes pueblos del mundo. Presenta una utilidad cultural en cuanto que pretende “resolver” cuestiones intrincadas de la vida humana. Con el tiempo, se usó esta creencia para aclarar también ciertas cuestiones vitales, es decir, para darle explicación a las diferencias de inteligencia, salud, talentos, fortuna, etc. de las personas. Según esta doctrina estas diferencias serían culpa o mérito por la conducta seguida en vidas anteriores. Por lo tanto se atribuye a los pobres, enfermos y desdichados malas conductas en vidas anteriores. Lo que les ocurre se lo merecen. Esto puede conducir a una pasividad de no hacer nada, puesto que están pagando su culpa. Actualmente, la Idea de la Reencarnación se erige como alternativa escatológica frente a las dos concepciones generales de la humanidad: una material y cientificista, la otra totalmente maniqueista, teológica.

Seguidamente observaremos como se presenta la Idea de la Reencarnación y la Transmigración, a la luz de dos religiones de distinto carácter: el Hinduismo politeísta y oriental por excelencia, el Cristianismo -monoteísta y de vocación occidental- en dos caras (Culto Primitivo – Catolicismo).

- DOCTRINA ORIENTAL DE LA TRANSMIGRACIÓN DE LAS ALMAS:

EL HINDUISMO, KARMA Y SAMSARA[13].

La religión originaria de la India, el hinduismo[14], se define generalmente como la “la creencia en los Veda” y “la fe, el conocimiento y la práctica de las vías naturales”. Se erige como sistema doctrinal y social ajustado e incorporado al “Dharma”, que es la ley natural, el orden de las cosas y la norma del universo. De allí proviene -supeditada al núcleo religioso- la especulación “filosófica” asentada sobre dos pilares básicos: la palabra revelada (sruti) y el instrumento del conocimiento recto (pramana).

En cuanto al conocimiento emanado de la palabra revelada, esta comprende una antiquísima colección de libros sagrados, siendo los de mayor autoridad canónica: los cuatro Veda (Rig, Sama, Yajur y Atharva), donde se recogen preceptos para los diferentes ritos; los Upanishad, un compendio de reflexiones cosmológicas (sobre el sentido de la vida, origen del cosmos) y normas de vida espiritual; y el Smiriti (lo que se recuerda de las enseñanzas divinas), donde se reúnen el Mahabharata y el Ramayana (obras épicas), los Dharmasutras y Dharmasastras (tratados sobre la ley sagrada) y los Purana (colección de poemas sánscritos que contienen la teogonía y cosmogonía de la India antigua).

En sus textos religiosos, el hinduismo aborda el asunto de la creación y del orden universal de manera compleja. El Universo de los hindúes es una gran esfera cerrada, un huevo cósmico dentro del cual hay muchos cielos concéntricos, infiernos, océanos y continentes, y que la India está en medio de todos ellos. La espiritualidad hindú no se basa en la creencia de un mundo hecho de la nada por la Deidad sino en la existencia inmanente de una esencia única e indeterminada que se renueva eternamente por las inspiraciones del Dios Brahma (uno de los tres de mayor majestad en el panteón politeísta), lo cual es personificación del soplo o aliento cósmico que da vida a todas las cosas. Simplemente al inhalar crea, al exhalar destruye, de ello depende la visión del tiempo como algo degenerativo y cíclico, en lo que es un largo proceso de respiración perpetua. Cada inspiración y su contrario corresponden a un “kalpa” (especie de día mitológico equivalente a 4320 millones de años). El Universo se refleja aquí como manifestación de la energía eterna, del fluir presente. Esta percepción del tiempo va desde una época prospera dorada o Krita Yuga, pasando por dos periodos en los que el bien decayó gradualmente, hasta los tiempos actuales de sombra o Kali Yuga, que antecede una exhalación divina por la que el mundo es destruido por el fuego y las inundaciones, comenzando así una nueva época dorada[15].

Según los Veda, cada parte del universo esta hecha a imagen del todo. Por lo tanto, el hombre es análogo al cosmos, y, lo mismo que este, tiene un centro que es el absoluto (al que por comodidad se llama atman que quiere decir yo personal o alma). La presencia de este algo imperecedero dentro de un ser perecedero es tan misteriosa como la existencia del brahmán en el centro del universo. En ambos casos, se da un conflicto entre lo absoluto (el atman o cifra humana del brahmán), que es inmutable y eterno, y su morada provisional (un cuerpo determinado en el universo) que esta destinado a desaparecer. Llevada la enseñanza del orden natural a la instancia del individuo, la vida también es cíclica: después de morir, el alma deja el cuerpo y renace en el cuerpo de otra persona, animal, vegetal o mineral.

Una vez muerto el cuerpo, el atman deja la materia inservible y pasa a otro plano inmaterial donde el Semidios Iamarash juzga sus acciones terrenales o Karma, acto que le permitirá según su condición, adquirir una nueva existencia en un nuevo cuerpo, con mayor o menor superación en la gradación universal. Ese proceso permanente de migrar de uno a otro plano (en una rueda determinada por el karma) se denomina Samsara (fluir junto o deambular) y les concierne tanto a los dioses como a insectos y plantas. Mientras el karma alcanzado en una existencia sea negativo, se vuelve a nacer en estados inferiores (animales, vegetales) o en vidas desafortunadas, de vicisitudes o defectos físicos (todo depende de la calidad del karma); si es positivo, se generaría una existencia humana de conciencia plena, de prosperidad, de elevación moral y de allí hasta suprimir las ataduras materiales. El Suarga (paraíso) y el Patala (infierno) se toman como dos esferas paralelas a la Tierra, donde el atman mora según su karma mientras adquiere una nueva vida. En estado similar al sueño, el atman llega a la Tierra en forma de lluvia y a partir de esto se pueden presentar dos o mas situaciones: 1) si cae en tierra cultivada, entra en las plantas y queda adosada a los granos; 2) si es digerida por un individuo de sexo masculino se alojara en sus espermatozoides para ser fecundado, despertándose en el ovulo materno.

Referente al término Karma[16], éste se popularizó en Occidente como “Ley del Karma” por obra de la teosofía. En los sacerdotes brahmanes, expresaba la acción ritual, capaz y mecánica de atraer la ayuda de los dioses. A nivel filosófico es el producto de nuestras acciones generadas por el deseo, parte fundamental de la naturaleza humana, sometidas a la facultad del libre albedrío. El escrito Yajnavalya tiene inserta esta palabra, y con su uso enseño que la consecuencia de los karmas era lo único que permanecía para la reencarnación. El texto Bhagavad-gita eliminó luego el determinismo: toda obra intencional es karma y justifica un samsara, pero en cada obra actúa el libre arbitrio. La calidad o peso del Karma se puede modificar según las enseñanzas hindúes mediante la práctica del yoga, por la cual se aumenta la conciencia a niveles de meditación, contemplación, armonía, autosanación, animo y humor interior. También el ascetismo, es decir, abstenerse de ciertos placeres y deseos mundanos, obstáculos para el crecimiento espiritual, así como diversos rituales (valor del agradecimiento y de la generosidad). Con estos modelos de vida, inscritos en las escuelas del Mimansa (Indagación), el Nyaya, Vaiseika, Vedanta y el Samkhya, los indios creyentes del sanatana dharma (código ético del dharma eterno) aspiran alcanzar la definitiva expiación de sus impurezas (Moksha) lo que significaría Liberación y Plenitud. Se narra en los Upanishad que el atman emergió del Absoluto y a Él deberá retornar cuando el hombre niegue los vínculos que lo encadenan a su vida terrena, a su familia, a su casta y a sus ocupaciones cotidianas; en suma a su ilusoria identidad. Alcanzada la liberación mediante el desapego de lo material, el alma humana escapara al funesto ciclo de reencarnaciones, disolviéndose en lo absoluto.

Un ejemplo de que los dioses también quedan sujetos a la rueda karmica lo constituyen la existencia de los llamados Avatares. El termino avatar, incorporado hoy al lenguaje corriente, designa las sucesivas encarnaciones del Dios Vishnu, responsable del mantenimiento del orden en el universo hasta el final de los tiempos, que interviene cuando hay un factor que pone en peligro el equilibrio universal. Cuando el diluvio cubrió la tierra, Vishnu se encarnó en un pez que acudió en ayuda del último de los hombres justos y le enseño la forma de repoblar de nuevo la tierra. Las dos últimas transformaciones (o avatares) de Vishnu, Rama y Krishna, tenían forma humana[17].

Inclusive el Sanatana Dharma se encarna también en la organización social. Por lo tanto, existe un modelo determinado, según la especie humana no es homogénea, sino que esta formada por un cierto número de comunidades, que corresponden a las distintas funciones sociales. Estas funciones están jerarquizadas y el individuo pertenece a una u otra casta en función de su nacimiento. Pero los hindúes no ven en ello ningún tipo de injusticia, en la media en que creen en la transmigración: nacer en una u otra casta depende de los actos realizados en las vidas anteriores. Además, se trata de una situación provisional y limitada sólo a esta vida.

La Ley de Transmigración (Samsàra) abarca a todos los seres existentes. Se pueden adquirir infinidad de formas vivas hasta no lograr la liberación definitiva (en el hombre, la salvación). En la medida en que se asciende o desciende en la escala de los seres, en función de los actos realizados, queda implícito que todo en la naturaleza esta jerarquizado. También las especies animales; y según los hindúes, las vacas están en la parte mas alta de dicha escala, por eso se las venera y rodea de atenciones, ya que se cree están muy cercanas a los hombres.

Con la incursión del hinduismo en la modernidad, sus seguidores se fueron valorando en dos secciones, una referida a quienes buscan recompensas sagradas y profanas en la inmediatez del mundo material (bienestar económico, familia saludable, trabajos cómodos, etc.) para hacer positivo su karma, y otra relacionada a quienes se esfuerzan profundamente por liberarse del mundo. A partir de ahí resulta fácil comprender que para un hindú la salvación consiste en una recuperación de la personalidad: el individuo que consiguiera identificarse plenamente con el absoluto que hay dentro de si, quedaría libre para siempre de las miserias de la condición humana. Mientras que no lo consiga, estará renaciendo continuamente en este mundo, reencarnándose sucesivamente, según la calidad de los actos que haya realizado en sus vidas anteriores. Esta liberación de los vínculos de la transmigración es tan difícil de conseguir que se necesitan ayudas exteriores. En este sentido, los hindúes creen en la eficacia de los ritos y de ahí la exuberancia y la complejidad de su liturgia. Los hindúes creen que es posible ralentizar aquel proceso eterno bajo ciertas circunstancias, como la quema del cuerpo del difunto.

- CRISTIANISMO PRIMITIVO Y CATOLICISMO ROMANO,

VERSIONES CONTRADICTORIAS SOBRE LA REENCARNACIÓN.

La religión monoteísta fundamentada en las enseñanzas de Jesús de Nazareth[18], Hijo de Dios -legadas a través de su Ecclesia y los Evangelios-, asume un sistema de creencias y de valores para la vida en comunidad. El protagonismo de Jesucristo, su vida, pasión, muerte y resurrección son piezas constitutivas de la fe cristiana. Como revelador de la vida humana a perfección, al igual que de la realidad divina en sí misma, expone como tema central la relación filial entre Dios y los hombres: él llamaba a Dios “nuestro padre” y se proclama a si mismo “hijo de Dios o del hombre”. El Dios de Israel no es solamente el creador de todo lo que existe sino también Padre, con las implicaciones de Amor y fraternidad que esto conlleva. En numerosos relatos, cortos y vivos, enseña que Dios es Amor, que comprende la imperfección de sus hijos y su debilidad ante el deseo (tentación), por lo tanto perdona continuamente y esta pendiente paso a paso, de lo que hacen sus hijos.

Un aspecto “revolucionario” en las doctrinas de Jesús fue su afirmación de que el pecado original de la creación bíblica (Adán, Eva, la manzana y la serpiente del mal, narrado en el Libro del Genesis) podía ser borrado o redimido por sacrificio al ofrecer su propia vida para la salvación de los hombres. Salvarse o perderse depende del libre albedrio humano. Cristo afirmaba que el ser humano podía vencer a la muerte, llevando una vida recta y de bondad, amando y respetando a los demás hombres, honrando con su acción y sacrificios a Dios e integrándose a su voluntad. Esta conducta eliminaba el sufrimiento de la existencia terrestre y abría las puertas del alma a otra vida de bienestar, paz y elevación espiritual. Frente a esto, una vida de injusticias, placeres mundanos y maldad implicaba que luego de la muerte el individuo sufriría un castigo eterno. La esperanza de salvación solamente proviene de buscar el perdón de Dios, de obtener la gracia (por las obras o por la fe) para elevarse a él, lo cual solo puede ser a través de las enseñanzas de Jesús: “Nadie va al padre si no viene a mi, yo soy el camino, la vida y la verdad”. Aunque muera, su cuerpo no será reciclado ni aniquilado, tendrá vida eterna. He aquí el concepto de la Resurrección.

La palabra significa “retomar el cuerpo” o “volver a la vida”. No se retorna aquí a la vida de antes en la Tierra, sino se conserva la vida en una dimensión nueva, eterna. Jesús murió en la Cruz y fue sepultado, pero al tercer día su sepulcro estaba vacio. Con anterioridad había anunciado a sus discípulos que vendría de entre los muertos y pasaría a otra vida. Luego se aparecería demostrando la victoria definitiva sobre la muerte y sobre el mal, lo cual consta en Evangelio según San Lucas (capítulo 24, versículo 39) dirigiéndose al Apóstol Tomas: "ved mis manos y mis pies: soy Yo mismo". Ni registro ni prueba alguna afirma que Jesús resucito, pero eso es terreno de la fe, fe hecha dogma en la constitución de la Iglesia. Este acto gratuito de Dios es un don, reservados para aquellos que hayan llevado una vida santa, y les será concedido en el final de los tiempos[19]. Mientras Jesucristo pudo satisfacer la voluntad de Dios como juez y rector del Universo saldando las deudas primigenias del hombre, liberándolo del pecado original, la idea de la Resurrección recoge que todo aquel que predique y practique la buena nueva del evangelio, tomando a Jesús como ejemplo de vida, pueda recibir la gracia de alcanzar una relación interpersonal con Dios y unos con otros. En contraste con el karma y su rueda de reencarnaciones en el hinduismo, Jesucristo muestra que existe el pecado, la enemistad contra Dios y contra el prójimo, y con todas las consecuencias personales y sociales que ello conlleva: egoísmo, odios, luchas, homicidios, avaricia, impureza. Y la consecuencia es que, según las Escrituras bíblicas, “de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Epístola de San Pablo a los Hebreos, 9:27). Así, Dios se encarnó una sola vez, haciéndose miembro de la raza humana, en la persona del Hijo. Por medio de esta verdadera encarnación, como verdadero Hombre pero siendo a la vez Dios, el Hijo, enviado por iniciativa del Padre por amor a los hombres y como provisión divina, pagó las culpas de los hombres, habiendo venido a formar parte de su raza, pero siendo Él sin culpa ni pecado[20].

No existe la duda en la fe cristiana de que todas las especies mueren, y esto es el fin definitivo, aunque en el caso humano representa una etapa. El libro de Eclesiastés afirma esto “porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo"[21]. Luego de la muerte, el alma humana entra en un estado de “sueño” y pasado algún tiempo no se regresa a otra vida en la tierra sino que: o bien pasa al plano del “Purgatorio” (donde expiara sus pecados faltantes), o bien a un estado definitivo de unión con el Creador en el plano celestial o “Paraiso”. Nuestro cuerpo físico volverá al polvo hasta el día del juicio final, donde serán juzgados vivos y muertos, cuando de nuevo cobrará vida como cuerpo-espiritualizado con propiedades nuevas[22].

Como ejemplos de esto, podemos citar cuando el “buen ladrón”, en hora de muerte, pide a Jesús acordarse de él cuando se eleve a su reino. Jesús le responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lucas 23:43). Una vez muerto, serían perdonados sus pecados y moraría en el plano celestial. San Pablo Apostol, predicador incansable de la fe en Jesucristo, en una desventura ocasional siente apremio y desea morir para elevarse a Cristo: “Pero por otra es más necesario para ustedes que yo me quede aún en este mundo" (Filipenses 1:23-24). En su Carta a los Corintios (Cáp. 15, 42-44) expresa que "En la resurrección de los muertos se entierra un cuerpo corruptible y resucita uno incorruptible, se entierra un cuerpo humillado y resucita uno glorioso, se entierra un cuerpo débil y resucita uno fuerte, se entierra un cuerpo material y resucita uno espiritual". La doctrina de la resurrección es una vía limitada de Liberación y Plenitud. Aparece por vez primera en Daniel 12,2: "La multitud de los que duermen en la tumba se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la vergüenza y el horror eterno".

La comunidad cristiana se desarrolló con la labor apostólica luego de la muerte de Jesús, llena de regocijo y esperanza por la salvación futura. Desde el siglo I, esta expectación creó una actitud de flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran intensidad, y otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus formas más crueles. En un principio, la mayoría de las personas que se unían a la nueva fe eran seguidores del judaísmo, para quienes sus doctrinas representaban algo nuevo, no en el sentido de algo novedoso por completo y distinto, sino en el sentido de ser la continuación y realización de lo que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Por lo tanto, ya en un principio, el cristianismo manifestó una relación dual con la fe judía: una relación de continuidad y al mismo tiempo de realización, de antítesis, y también de afirmación. Posteriormente, con el apostolado especifico de Pablo la situación cambio y se extendió a otras culturas, a la par que se fue desarrollando una estructura de relevo a la generación de apóstoles para dar continuidad al culto religioso, que seria llevada por los obispos, diáconos y presbíteros e una única y uniforme práctica, apoyada en los escritos de los discípulos de Jesús en el denominado Nuevo Testamento. Diversas congregaciones surgieron de esta práctica y se hizo necesario aclarar cuestiones doctrinales cuando surgieron interpretaciones del mensaje de Cristo que vendrían a considerarse erróneas. Las desviaciones más importantes o herejías tenían que ver con la persona de Cristo. Algunos teólogos buscaban proteger su santidad, negando su naturaleza humana, mientras otros buscaban proteger la fe monoteísta, haciendo de Cristo una figura divina de rango inferior a Dios, el Padre. Decidieron avocarse a la catolicidad, a un sentido universal, siendo en el Concilio de Nicea (325) convocado por Constantino I Emperador Romano para procurar reafirmar la unidad de la Iglesia, seriamente quebrantada por la disputa surgida en torno a la naturaleza de Jesucristo tras la aparición de las herejías. Esta línea central adopto como creencia doctrinal la defensa de la resurrección frente a otras, como signo original de Jesucristo para la salvación.

De allí debemos resaltar que la salvación que Jesús indica es personal y no una redención impersonal. La reencarnación pone -según la iglesia católica- en tela de juicio la Unidad de la persona humana como sujeto único e irremplazable ante Dios. La encarnación, hasta la de Cristo, pierde todo su valor. No es sino una manifestación de lo divino, entre otras cosas. El carácter de Cristo como único mediador entre Dios y los hombres ya no existe. La moda actual a favor de esta doctrina coincide también con la ignorancia y el olvido del Purgatorio. No es por casualidad. El Purgatorio es la etapa de purificación deseada por Dios en el itinerario que nos lleva a él. La Doctrina Católica es hasta tal punto coherente que, si se suprime uno de sus eslabones, la verdad mutilada se venga en cierto modo inventando un sustituto imaginario. El destino final del hombre es la resurrección para el gozo de la vida con Dios para siempre en el cielo o la pena eterna de la separación de Dios en el infierno.
Seguidores del cristianismo, durante los siglos II y III d.C., se adhirieron a las enseñanzas de un autor de la Iglesia Primitiva: Orígenes de Alejandría (185 – 284 d.C.). Este exegeta bíblico preconizaba el método alegórico de interpretación de las Escrituras y buscaba la inserción de preceptos platónicos en la religión cristiana. Esto lo llevo a defender la preexistencia de las almas y la reencarnación del hombre (solamente). Inclusive esta cuestión fue hecho aceptado fue hecho aceptado en la comprensión de otros tantos dirigentes de las comunidades cristianas de los primeros tiempos: San Justino mártir, Gregorio de Niza, Porfirio, San Clemente de Alejandría. En el año 540 esto cambió rotundamente. Durante el Concilio de Constantinopla, convocado y dirigido por el emperador Justiniano, en el año 538, la doctrina fue rechazada por exigencia del emperador. Justiniano dominaba la Iglesia y llegó a encarcelar al papa[23]. En el año 543 el papa Virgilio -probablemente por coerción- confirma la excomunión contra Orígenes, que había sido un defensor de esta doctrina. Justiniano, por su parte, se sometió a la presión de las poderosas órdenes monásticas considerándolo necesario para sus afanes políticos. A pesar de estas medidas, en las cuales no se daba valor a la verdad, se conocía la doctrina hasta bien entrada la Edad Media[24].

Aquellos padres de la Iglesia, profesaban que el alma vive más de una vez en un cuerpo humano, mas no puede recordar sus vivencias pasadas. En el ojo de Dios, preexistían los hombres, en esencia o principio vital, que solo podía venir del verbo a la Tierra en forma humana, como una necesidad de obtener purificación en la experiencia de la carne, compartiendo la fe y el conocimiento divino.

Cuando, finalmente, en el siglo VI la Iglesia Católica claudica ante el poder el II Concilio de Constantinopla (553) aceptando los planteamientos de Constantino, declara herejía la creencia en la reencarnación, pensando seguramente que si los cristianos tenían demasiado tiempo, vida tras vida, para alcanzar la salvación, no se apresurarían a obedecer a una institución que gozaba día tras día de más y más poder. Lo que molestó el año 325 a Constantino e irritaba a Justiniano I. Quince postulados origenistas fueron condenados sinodalmente, entre ellos están: la preexistencia de las almas; la reencarnación; la eternidad de la creación; el pecado original; la procedencia del Hijo; la liberación final de todos los pecadores del infierno.

BIBLIOGRAFÍA:

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PUECH, Henri-Charles & BLONDEAU, Anne Marie (1981). Las Religiones Constituidas en Asia y sus Contracorrientes. Madrid, Editores Siglo XXI. Tomo I. Pp. 459.



[1] “Alma” o “Espiritu” (entre los cristianos occidentales), “Atman” (significa Yo Interior, para los hindúes), “Daena” (en el credo de Zoroastro), “Pneuma” (Soplo, entre los griegos), o simplemente “Tad” (en sanscrito, eso o aquello) son algunos nombres.

[2] (Brandon, 1971)

[3] (Las Heras, 2005)

[4] (Ortiz-Lanceros, 2006)

[5] El nacimiento del Sol al amanecer, su muerte al caer la tarde, para renacer al día siguiente es la muestra mas clara de estos ciclos, al igual, la Luna también era apreciada en su ciclo de renovación, pasando por cuatro fases, en las cuales decrecía para volver a renacer en su redondez. Las mareas y las estrellas también presentaban un ciclo. Todo esto contribuyo en una visión cíclica del tiempo y de la vida.

[6] Muchas de estas tribus ven reflejadas las facciones de sus antepasados vivos en otras criaturas nacidas recientemente.

[7] (Ortiz-Lanceros, 2006)

[8] (Murray, 1990)

[9] (Brandon, 1971)

[10] (Las Heras, 2005)

[11] En esta zona se considera al Dalai Lama (guía espiritual del pueblo tibetano) como la reencarnación de su predecesor.

[12] (Puech-Blondeau, 1981)

[13] (Puech-Blondeau, 1981)

[14] De implantación principal en el subcontinente indio (Nepal, India, Pakistán, Bangladesh) y en menor medida en la llamada diáspora india: Indonesia (sobre todo en Bali), Malasia, Sudáfrica, etc.

[15] (Puech-Blondeau, 1981)

[16] (Lauro, 1999)

[17] (Murray, 1990)

[18] Cristianismo, religión que ha marcado profundamente la cultura occidental y es actualmente la más extendida del mundo.

[19] El tiempo para el cristiano no es un ciclo sin fin. Es lineal, teniendo un principio y un fin. Dios es el creador y Señor del tiempo. Jesús es el "Alfa y Omega", principio y fin del tiempo. El hombre tiene un propósito que cumplir en el tiempo que tiene, según la voluntad de Dios. El Génesis nos habla del principio del tiempo. El Apocalipsis, del fin del tiempo: la segunda venida del Señor. Después ya no habrá tiempo sino la eternidad, vivida en el cielo o en el infierno.

[20] (García, 1995)

[21] Eclesiastés capitulo 3, versículos del 19 al 20.

[22] (García, 1995)

[23] (Las Heras, 2005)

[24] (Murray, 1990)

1 comentario:

  1. ariesmarzo49@hotmail.com1 de octubre de 2014, 17:57

    resumen brillante a un tema eminentemente especulativo.

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